Header

¿¡Qué sentir!?

Me acuerdo que un día me dijiste de las personas que son reales para ti y pienso mucho desde ese día, qué es lo que es real para mi, a veces lo es todo y otras nada.

Me parece contradictorio y a la vez adictivo ese juego de ir y venir entre la realidad y la ficción, pero como todo juego, se puede perder y como toda adicción no se puede controlar.

Sin demostrar
Sin confusión
Sin opinar
Sin decir
Sin entender
¿Qué sentir?

Pájaro azul¡¡¡!!


...hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.

hay un pája
ro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?

hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.

luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?

de Charles Bukowski.



...con una revolución interior.
Liliana.

Sólo queda enjugar las lágrimas y cavar la zanja...

Sólo queda enjugar las lágrimas y cavar la zanja,

afilar el cuchillo

y tomar café por la mañana en la cocina solitaria que tenga sabor a luna.

Saborcito dulce amargo de la luna,

el sabor de la tierra que me consuela,

sabor de los labios que no están.

Aunque sea sólo mientras el humo perdure,

humo blanco del café negro,

humo negro del cigarro blanco

y su inconfundible sabor a vacío,

sabor que me hace olvidar la caricia del sol engañador.

Mientras la luna es mi amiga el sol es un traidor

y las sombras sabias consejeras del día anterior

seamos realistas al final las sombras son frías

y la noche también

y la luna tiene que serlo pues esta unida a las sombras.

Son fríos los ojos esquivos

las palabras hechizas de aire,

las promesas incumplibles

y el suelo bajo tus pies.

Ze-Ítaca.

De aquí somos. Aquí vivimos¡¡!!

De aquí somos. Aquí vivimos. Saboreamos los colores que esta ciudad nos ofrece. Nos movemos en el contrastante método, que es ya por mucho folklor de nuestro universo. Vamos indiferentes por la vida, sin saber realmente por qué esa insistencia tan sútil por enterarnos, sin entrometernos.

Sabemos escabullirnos, cual ratas, en estos laberintos de incertidumbre, de miseria disfrazada, de colores a distancia, siendo esclavos de la rutina, o la desesperación, con esos pasos largos por la prisa de llegar a ninguna parte. Las puertas se nos abren y cierran en un instante.

Vamos, ruidosos, sufriendo o gozando, felices o asfixiados. No nos miramos tal cual somos, no cruzamos miradas, por no sentirnos identificados. Dormidos estamos, en este nuestro camino diario. De repente nos convidan un poco de alegría… nos vienen a compartir esos deseos de sonreír.

Hay ocasiones en que nos gusta imaginar las historias de los demás… ¿Dará clases de algún idioma? ¿Tuvo un día pesado en la escuela… en el trabajo? ¿Habrá discutido con su pareja? ¿Lo habrá besado y huido para no tener que decir adiós? Tal vez regrese de una visita a sus nietos, o simplemente fue de compras para comenzar desde ahora con los regalos navideños. Se repite la historia… esa insistencia por saber, pero sin enterarnos.

Es entonces cuando aquel sonido agudo tan ensordecedor corta las historias, y regresamos a nuestra absurda pero real rutina… Dejamos de imaginar para enfocarnos en lo que consideramos nuestro… Volvemos a ser grises, y sin gracia, hasta el próximo viaje en metro...

Atte. Prudencia

El grito de qué...? Juan Villoro

¡Qué nacionalistas son ustedes!", me dijo una azafata colombiana mientras despegábamos de México un 16 de septiembre. La noche anterior había visto la ceremonia de El Grito y estaba sorprendida de nuestra capacidad de expresar amor a la patria con cornetas y lluvias de confeti.

Su comentario no era crítico sino admirativo. En vísperas del Bicentenario de la Independencia, ¿qué estado de salud guarda nuestro sentido de la identidad?
Por principio de cuentas habría que considerar que el nacionalismo hecho en México no es defensivo ni reivindicativo como la mayoría de los movimientos étnicos o culturales que subdividen Europa en tiempos de globalización. Se trata de un nacionalismo fiestero. Cuando gritamos "¡Viva México!" no pensamos en reconquistar Texas ni expulsar a los argentinos que ocupan puestos en las pasarelas de la moda o la delantera de la Selección nacional. Nos entregamos a la ceremonia para preservar la muy mexicana costumbre de estar juntos y de preferencia apretujados.
Aunque las banderas tricolores de tamaño S, M, L o XL vengan de Hong Kong, sirven de eficaz salvoconducto para lanzar cohetes, comer esquites, tomar las plazas. Sólo el 15 de septiembre la vida pública se interrumpe por frenesí. Ser patriota en esa noche significa aplastar un cascarón de huevo relleno de confeti en la nuca de tu compadre y que él sonría, agradecido por el guamazo fraternal.
La dimensión del suceso es íntima, del todo ajena a la conducta del Producto Interno Bruto, los precios del petróleo o la actuación del presidente. No se festeja el estado de la patria sino nuestro gozo de gritar en nombre de la patria.
El 15 de septiembre nos fundimos en un tejido articulado por el agua de horchata; las pepitas atenazadas entre el índice y el pulgar; los hules que la lluvia convierte en una segunda piel; el olor agrio de la multitud matizado por vapores ricos en cilantro y epazote; las exclamaciones de "¡no empujen!" seguidas de las de "¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!" (que sirven para empujar); la olla providente de los tamales y el silbido náutico de los camotes; las demasiadas chelas; el urgente uso de suelo que permite orinar a la intemperie; la inconfundible presión de un palito de elote en las costillas; el zumbante rehilete tricolor; el merolico que anuncia "llévese su máscara de Salinaaaaaaas"; el esplendor de la piratería (en el ojo del huracán humano, alguien vende pilas para cámaras digitales o mini calcetines para proteger el iPod); el gran bazar de la quincalla y la bisutería; los muchos objetos -todos ellos provisionales- que nos permiten reconocernos como parte de la tribu.

Al igual que las concentraciones del Ángel de la Independencia, la grey del 15 llega al Zócalo, las embajadas mexicanas en el extranjero y las plazas movida por el entusiasmo. Sin embargo, en este caso no está respaldada por una insólita victoria deportiva ni por haber conseguido un esforzado empate (variante local del triunfo épico). En la noche de El Grito, la patria puede atravesar su peor momento, competir con Irak en índice de secuestros y periodistas asesinados, sin que eso detenga las serpentinas. No celebramos la excepción, el mérito inaudito, sino la norma, ser como somos, o como semos, que no es lo mesmo.

Los requisitos del 15 de septiembre son sentimentales; la remota promulgación de un derecho hace que nos suba la bilirrubina. Nadie revisa con rigor histórico lo que pasó en 1810 ni lo que habría sucedido si Hidalgo hubiera tomado la capital cuando pudo hacerlo. El motivo original -los insurgentes de patilla egregia-se borra ante las necesidades del presente, consagradas a echar relajo.

Para participar en el convite no se requiere de otra seña de identidad que la estruendosa carcajada ni otro pasaporte que pronunciar "chiquitibum". No es necesario conocer la letra del Himno ni estar enterado de quién fue el Pípila. En ese momento se es mexicano con la sencilla y afrentosa naturalidad con que se agita una matraca o se usa un sombrero de un metro de diámetro. El linaje no depende del jus soli o el jus sangui sino del derecho a echar montón, a ser uno con los muchos otros.

Una figura esencial del desmadre mexicano es el colado. En la fiesta de El Grito abundan los que no son de aquí, pero se naturalizan con buches de tequila y alaridos de triple impacto. ¿Importaría que un despistado gritara "¡E-cua-dor!" en medio del coro vernáculo? La verdad, no nos daríamos por enterados, o volveríamos a escuchar "Mé-xi-co", la palabra que es como el bombo de la batería, la base sonora de la noche, el tam-tam que se oye más con el estómago que con los oídos, por encima del reggaeton, la quebradita tex-mex, el estallido ponchis-ponchis, los ritmos híbridos incapaces de acallar la sangre devota que cita en sus latidos a Ramón López Velarde.

Al fragor de las cornetas de plástico, los talismanes nos congregan mejor que los héroes. Aldama, Mina y Allende importan menos que el penacho azteca, la melena afro tricolor y el jorongo de chiles serranos que identifican a Pedro, María y Juan como protagonistas de la jornada. Noche del disfraz y la artesanía, del exvoto y el souvenir, el 15 de septiembre sigue el decurso del carnaval sin sus implicaciones religiosas o esotéricas. La gente se conoce y desconoce, se pinta las mejillas de verde, blanco y colorado, accede a arrebatos pánicos, llega a la catarsis de los fuegos de artificio sin otra causa que la pasión republicana. ¿No es raro estar frenético en nombre de la ley? El mismo país que ignora la Constitución y refuta la normatividad convierte un principio jurídico, un acto de soberanía, en causal de gran pachanga.

A diferencia de las muchas ceremonias nacionales que alternan el cristianismo con la sensualidad pagana y justifican tesis sobre el sincretismo religioso, el 15 de septiembre es carnavalesco de un modo cívico, sin pedir el apoyo de los mitos. No incluye otro rito de paso que gritar los apellidos de los héroes. Su protocolo es el de la juerga aderezada con lo que juzgamos nuestro, del ponche al mariachi loco.

Si el pretexto de la fiesta es un decreto que puede olvidarse pasada la medianoche, su cumplimiento involucra a los cinco sentidos en una apropiación privada, orgánica, de lo público: la Constitución es el evanescente motivo para probar el agua de jamaica y el agradable escalofrío de los toques eléctricos. En la intensidad sensorial de la noche se producen los gestos unitarios del faje rápido y la manita de puerco, el pisotón y el albur, la caricia entibiada por el jarrito de atole, la espalda de junto que sirve para limpiar el agua que cayó del cielo y tal vez era de riñón.

El festejo es inquebrantable por la forma en que lo íntimo se vuelve compartible. ¿Qué identidad cristaliza ahí? Hace mucho que el paisaje dejó de ser homogéneo. Las plazas se llenan de mexicanos tatuados, mexicanos torcidos, mexicanos rubios (oxigenados, o no, o nomás tantito), mexicanos con piercing, mexicanos pirata, mexicanos jodidos, mexicanos gallones, mexicanos alienígenas, mexicanos exprés, mexicanos de siempre, mexicanos de exportación, mexicanos típicos, mexicanos raros, mexicanos de calendario, mexicanos hartos de ser mexicanos, mexicanos de dibujos animados, mexicanos como no hay dos, los muchos modos que tenemos de ser La Raza, cuya única estadística se expresa así: "¡Somos un chingo y seremos más!".

La macroeconomía, es decir, el virreinato.

La variopinta multitud del día 15 sabe que la gesta tuvo un origen remoto, pero lo que se conmemora a través del gozo sólo depende del instante. Acaso el Bicentenario obligue a repasar las cosas con más calma, no durante la noche de los cohetes, sino antes o después de quemar la pólvora.

Los países de América Latina que hace 200 años decidieron correr su propia suerte son hoy un teatro de las paradojas. Con ánimo bolivariano, los equipos de futbol de la región se unieron en la liga Libertadores. De acuerdo con los tiempos que corren, el empeño ha recibido patrocinio español. La justa se ha rebautizado como la copa "Santander-Libertadores" para honrar a la entidad bancaria que la hace posible. Tal vez en el futuro cristalicen otros proyectos que apelen de manera simultánea a la independencia y la dependencia, como el "Hotel Soberanía Nacional-Meliá", el "Museo de la Patria-Corte Inglés" o la cadena de comida rápida "Albóndiga de Granaditas-Ybarra".

Que el futbol latinoamericano dependa de un banco español podría ser un detalle baladí. Por desgracia, es la metáfora perfecta de países donde algunas de las empresas más rentables se llaman Repsol, Gas Natural, Endhesa, Telefónica, Iberia, Caja Madrid o Mapfre. Los tres principales grupos editoriales que operan en la región son españoles y el principal periódico del idioma es español. La Torre del Bicentenario, que estuvo a punto de erigirse en la Ciudad de México con apoyo de la compañía española Zara, hubiera aportado otra ironía al festejo. ¿Virtud de ellos o culpa nuestra?

No se le puede regatear méritos a una sociedad democrática como la española, que supo erradicar la pobreza, combatir la corrupción y unir su destino al europeo. Por desgracia, mientras España se convertía en un próspero país de clase media, México se dividía en 40 millones de pobres, una casta de empresarios impunes que operan con dinámica de monopolio y, en medio de ellos, una vacilante población que paga impuestos.

Doscientos años después de la Colonia es más barato comprar en España un paquete turístico a la Riviera Maya que hacerlo en México, y una llamada telefónica de Madrid al DF cuesta lo mismo que el IVA de una llamada en sentido inverso. ¿Qué ha pasado?

El retorno de la dependencia peninsular llega a reforzar la que ya tenemos de Estados Unidos. Las calles del México independiente son escenarios donde prosperan uno, dos, tres Starbucks. ¿Llegaremos a la utopía de Los Simpson en la que toda una cuadra sea ocupada por cafeterías Starbucks?

¿Basta mantener los límites de la geografía política y las 200 millas de derecho marítimo para impedir que se desnacionalice un país? El maíz, origen del hombre en las cosmogonías prehispánicas, es la planta nacional que ahora importamos de Estados Unidos, donde se utiliza para hacer etanol (quizá por eso Speedy González corre tanto) y donde viven los paisanos cuyas remesas mantienen a flote nuestra economía.

¿Qué tan independiente es un país donde el dinero circulante proviene en su mayoría de los migrantes, el narcotráfico y el subsuelo que, tarde o temprano, dejará de dar petróleo? No sólo la autosuficiencia económica, sino la soberanía misma parecen estar en entredicho. Por eso la polémica sobre el futuro del petróleo ha despertado tanto interés y tanto encono.

Estamos acostumbrados a definirnos de manera reactiva ante los extraños, no a partir de lo que somos sino de lo que ellos nos deben o de la forma en que nos molestan: hemos sido botín de los españoles, los gringos y los extraterrestres (a juzgar por nuestro récord de avistamientos de ovnis).

Provenimos del mestizaje, las ciudades más "típicas" de México tienen un casco colonial (Zacatecas, Oaxaca, Guanajuato, Morelia) y el nombre más común del país no es Ilhuicamina sino José Hernández. Sin embargo, en las escuelas la Independencia se sigue enseñando como un extraño regreso a las esencias: éramos mexicanos puros, dejamos de serlo en la conquista y volvimos a serlo cuando sonó la campana de Dolores.

La visión patriotera del origen ha tenido una función ideológica compensatoria para explicar el fracaso: la NASA no está en México porque Pedro de Alvarado degolló a los astrónomos vernáculos. En el discurso oficial, la conquista ha servido de pretexto para justificar un presente empantanado. En su libro Mis tiempos, el presidente López Portillo señala que sintió toda la fuerza de su poder cuando ordenó destruir una manzana de edificios coloniales en el DF para explorar las ruinas del templo mayor. La solución ecuménica hubiera sido hacer una arqueología subterránea, respetando ambas culturas, pero esto habría impedido la demoledora exhibición del Ejecutivo y su gesto de supremacía identitaria, es decir, su extraña modernidad prehispánica. Al establecer contacto con un esplendor pretérito, el nuevo emperador azteca buscaba, a un tiempo, encarnar la tradición y recordar que los agravios del pasado justifican la crisis del presente.
Aceptar las mezclas de las que estamos hechos pertenece a la misma operación política y cultural que enfrentar el colonialismo contemporáneo. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz planteó el desafío de reconocer la identidad para vencer complejos. Al propio autor, ese enfoque le pareció esquemático y lo matizó en Posdata: "El mexicano no es una esencia sino una historia". Abierto al tiempo, se somete a nuevas realidades. En La jaula de la melancolía, Roger Bartra cerró el tema de la identidad vista como algo unívoco e inmanente. Somos mixtos y no siempre lo somos del mismo modo.

Sólo desde la seguridad de lo nuestro -la cambiante pluralidad que nos conforma- podemos distinguir lo ajeno. "Lo Cortés no quita lo Cuauhtémoc", dice el dicho que hace falta poner en práctica.

En su obra de teatro Dirección gritadero, el dramaturgo francés Guy Foissy propone la creación de un espacio donde la gente se desahoga con alaridos. No estaría mal que tuviéramos un lugar así para los días hábiles, un Gritadero cívico donde verter nuestras propias inconformidades. Nadie nos escucharía, por supuesto, pero al menos nos serviría de terapia. Por ahora disponemos de una fecha incontrovertible para unirnos en el desfogue y transfigurar las ganas de tantas cosas en jolgorio y hedonismo. El 15 de septiembre no ha perdido brío ni lo perderá. El entusiasmo en que se basa se alimenta de sí mismo y no requiere de más evidencia histórica para ocurrir que el calendario.

lunes, septiembre 15, 2008



- CALLEMOS ESE GRITO -
DEL DIÁLOGO NACEN PROPUESTAS, NO SÓLO DE ESTARSE PREGUNTANDO...
LILIANA



La Divina Comedia




http://moneros.uni.cc/

Fragmentos


En un tiempo pensé que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy "inhumano" que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la maquinaria crujiente de la humanidad: ¡Pertenezco a la tierra!. Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡SOY INHUMANO!. Lo digo con una sonrisa demente, alucinada y voy a seguir diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras que sonríen y miran de reojo, unas muertas y sonriendo hace mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocurre siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas páginas de éxtasis sucias de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran circuito que circula a través de los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo indeseable, de borracho, seguir manando sin cesar, a través de las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza. Codo a codo con la raza humana corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción.
Con el abono muerto y la escoria inerte producen una canción que se contagia. Veo esa otra raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas para arriba, con las manos vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá el dios inalcanzable: matando a todo lo que está a su alcance para calmar al monstruo que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arrancan los pelos en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo que veo cuando braman como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que está bien y que no queda otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas, mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo, porque debe hacerlo! y todo lo que se quede corto con respecto a ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagador, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la ausencia de la vida.


“La mujer raras veces ríe, pero cuando lo hace es como un volcán. Cuando la mujer ríe, lo mejor que puede hacer el hombre es largarse al sótano refugio contra ciclones. Nada quedará en pie ante la carcajada vaginal, ni siquiera el hormigón armado. Cuando se le despierta la capacidad de reír, la mujer puede superar en risa a la hiena o al chacal o al gato montés. De vez en cuando se la oye en una reunión de linchadores. Significa que se ha quitado la tapa, que todo vale. Significa que va a salir de caza… y ten cuidado, no te vaya a cortar los cojones. Significa que, si se acerca la peste, ELLA llega primero, y con enormes correas te arrancarán la piel a tiras. Significa que se acostará no sólo con Tom, Dick y Harry, sino también con el Cólera, la Meningitis y la Lepra: significa que se tumbará en el altar como una yegua en celo y aceptará a todos los que se presenten incluido el Espíritu Santo. Significa que demolerá en una noche lo que el pobre hombre tardó, con su habilidad logarítmica, cinco mil, diez mil, veinte mil años en construir. Lo demolerá y se meará en ello, y nadie la detendrá, una vez que empiece a reír en serio.”

Henry Miller